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viernes, 15 de octubre de 2010

Confinados II

Los casos de los confinados siguieron aumentando, pasaron de der unos pocos a cientos, ya que comenzaron a surgir casos en otras ciudades. Comenzaron a surgir grupos interesados en estos casos, unos gubernamentales y otros humanitarios. Yo Liz Díaz, 27 años de edad, me uní a uno de estos últimos, al grupo encargado de ayudar a los confinados de la ciudad.

Los grupos gubernamentales se dedicaban a estudiar a los individuos afectados. Exámenes médicos, muestras de sangre, en fin, los humanitarios les llevabamos comida, agua y tratabamos de comunicarnos con ellos. Generalmente mis esfuerzos eran en vano, pocas veces conseguía que me dirigieran la palabra, y solo conseguía el "déjame en paz" tan gélido e inhumano que siempre decían, y de los víveres que les dejaba, nunca tocaban nada.
Un día, después de hacer el procedimiento de rutina con uno de los confinados que visito, un señor de unos 50 años, tenía los brazos levantados, y las manos juntas como si se las hubieran amarrado y lo estuvieran sosteniendo por este amarre invisible, su rostro apagado, cargado hacia un costado. Cuando me dirigía de vuelta a la oficina, crucé una parte del parque municipal, y en una vereda, cerca de una ligera pendiente , escuché el llanto desconsolado de una mujer, que incada, se arrodillaba ante un muchacho de algunos 14 años, al verlo sentí una sensación desagradable en el estómago, tenía los brazos al rededor de su cuerpo, como si estuviera tullido de frío, con las piernas ligeramente dobladas y el cuerpo un poco inclinado hacia adelante, parecía que se iba a caer de boca.

La impresión no me la causó su posición, he visto confinados en posiciones mucho más grotescas, sino el hecho de que era un niño aún, hasta el momento todos los casos conocidos eran de gente de más de 20 años, pero parecía que ya nadie podía escaparse a este extraño fenónemo. Al acercarme, escuche que la mujer le rogaba al muchacho que reaccionara. Me presenté ante ella y me comentó que era su hijo, llevaba dos días desaparecido y al comenzar a buscarlo por los lugares que frecuentaba el joven, recordó esta parte del parque y aquí lo encontró.

- Pensé que pudiera estar aquí, pero nunca me imaginé que se convertiría en uno de ellos- decía la mujer entre sollozos, - hijito por favor, reacciona y vámonos. 

Me extrañó que la mujer supiera de este preciso lugar en el parque, y le pregunté que tenía de especial este sitio. Resulta que en ese lugar el jóven jugaba con su cachorro por las tardes, pero que el perro había muerto dos semanas atrás y lo habían enterrado al pie del árbol que estaba junto a nosotros. De pronto una luz iluminó mi mente. ¿ Y sí el fenómeno en los confinados se desatara por un apego muy fuerte hacia algo o alguien? Tal vez la muerte de su perro había desatado el confinamiento del muchacho.

Quería volver pronto a la oficina para comentar mi teoría, pero no podía dejar a la mujer allí sola y en ese estado. Me costó convencerla pero por fin le hice ver que nada podía hacer de momento y le prometí que todos los días visitaría a su hijo. A regañadientes accedió y le prometió a su hijo que volvería al día siguiente.

Llegando le comenté al coordinador mi sospecha y le pareció una idea viable, y aprovechando la oportunidad volvió a lanzarme una más de sus invitaciones a salir a cenar, y una vez más amablemente se la rechacé, no quiero darle motivo a que piense algo que no es, no me interesa salir con alguien de más de cuarenta años, solo que esta vez no tuve que mentir ya que realmente tenía que hacer los preparativos para la mudanza, ya que en dos semanas, me mudaba de departamento.

-¡Otra vez, pero si es la cuarta vez en menos de 2 años que te mudas !- me dijo sin ocultar su malestar por el rechazo a su invitación.
-Me gusta estar en movimiento- le dije con una falsa sonrisa, porque en ese momento me sentí nerviosa y asustada.

Notó mi cambio de estado de ánimo, por lo que interrumpió su reclamo y me preguntó. -¿Estás bien?.

-Sí, no se preocupe, desde mañana le dedicaré mi atención a este muchacho aprovechando que su madre puede darme información para ver si puedo investigar algo. - Le dije tratando de cambiar el tema y me dirijí a la salida,  pude ver como su mirada se entristecía, conforme me alejaba de la habitación.

El camino a casa fue un tormento, el miedo, la ansiedad y la angustia  me asaltaron, una vez más regresaba esta crisis emocional, solo la podía apartar de mí por un tiempo, pero siempre volvía. El pensar en las mudanzas que he hecho la desató.

Llegué al edificio de departamentos donde vivo, espere hasta que un vecino que vive en el mismo piso que yo se dirigió a su departemento, para no ir yo sola en el trayecto de las escaleras.

Tras despedirme del vecino y estar frente a la puerta de mi casa, con mano temblorosa abrí la puerta, entré, y al encender la luz de la sala y voltear hacia mi recámara, pude notar con un inmenso horror, una silueta de un hombre parado dentro de la misma, no podía ser posible, por fin me había encontrado...


Continuará.

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